Desde la década de 1980, Juan Travnik deambula al alba por una Buenos Aires fantasmagórica, vacía de toda presencia humana, registrando la negrura de los severos paisajes urbanos y periféricos. Con los años, el color fue cobrando una importancia cada vez mayor.
Los matices mortecinos de su repertorio cromático traducen su abatimiento frente a la crisis que actualmente atraviesa Argentina. Por doquier, la alteración de los muros y de las banquetas, las salpicaduras y las manchas aquí y allá, las oxidaciones, las fisuras y los hoyos, las herrumbres, la acumulación de yeso desprenden una sombría angustia y bañan la ciudad con una luz funesta.