En enero de 1945, Juan Rulfo escribe a Clara Aparicio: “No sé lo que está pasando dentro de mí; pero a cada momento siento que hay algo grande y noble por lo que se puede luchar y vivir. Ese algo grande, para mí, lo eres tú́. … Estuve leyendo hace rato a un tipo que se llama Walt Whitman y encontré́ una cosa que dice: El que camina un minuto sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral. Y esto me hizo recordar que yo siempre anduve paseando mi amor por todas partes, hasta que te encontré́ a ti y te lo di enteramente”.
Las Cartas a Clara, incitan a repensar el milagro de la literatura: intensidad y lucidez, imaginación y forma perfecta, sutilísima ironía y profundidad. Genio, en fin.
Releer a Rulfo en estas cartas es volver al origen de los mitos, a la raíz de todos los relatos, al arte de decir las cosas de una vez y para siempre.
Dice Alberto Vital en el prólogo: “Los papeles de un gran escritor tienen, sí, carácter de documentos”. Para él, permiten responder a una pregunta: “¿cómo es que Rulfo escribió esas trescientas páginas que Gabriel García Márquez ha puesto a la altura de las de Sófocles, esto es, de uno de los hombres que contribuyeron a fundar la civilización?”.